Entra en la oficina un hombre pequeño, pero que muy pequeño.
Los oficinistas lo observan. Se hace el silencio. El hombre, ése al que
observan como un micromachine, saca un papel de su mochila y lo pone encima de
la mesa de recepción. Todos vuelven a su rutina mirando de reojo aquel ser
extraño. Cómo puede ser tan pequeño, piensan la mayoría. Y, cuando el silencio
empieza a dejar de ser tan incómodo, aquel hombre se pone a gritar como loco
¡pagarme la puta factura de una puta vez! Y se hace grande y cada vez más
grande y todos dejan de verlo pequeño, tan pequeño.