martes, 1 de junio de 2010

Fuera de servicio




Las cicatrices de lunes duelen. A mí, por ejemplo, me crecen a las ocho de la mañana encima de los párpados, y me pesan como losas de hormigón. Aún así siempre logró levantar la mirada, llegar a duras penas al trabajo, asociarme al café, mover la cucharilla. En fin, ser un simulacro de persona. El problema, mi gran problema, llega cuando me doy cuenta de que no tengo ni media palabra. Ni dos. Ni tres. Por no tener, no tengo ninguna idea. Ni cuatro. Ni cinco. Y sentado delante de un ordenador, sentado en una silla de oficina, con la luz del flexo alumbrando mi coronilla, hurgó en mis bolsillos llenos de resacas vencidas. Sonrío. Poco a poco. Venga, un poquito más. Y pienso, otro lunes que me saco de la manga.