lunes, 22 de marzo de 2010

Una de gatos pardos





Ramón, el muy cabrón, llegó mamao a casa, pero que muy mamao. Además se había tirado a la camarera de aquel bar apestoso, y no quería que su mujer se enterase. Así que entró haciendo mutis y eses hasta llegar al lavabo. Pero cuando llegó y se miró al espejo se dio cuenta de que tenía un problemilla. Aquella chica era tan fogosa que le había arañado todo el cuerpo, tenía arañazos hasta en su cara. Y es lo que tiene el sexo duro, que es muy duro después.

Sin embargo, se le ocurrió una solución, culpar al gato. Entonces ni corto ni perezoso se fue a buscarlo y le pegó una patada contra la puerta del lavabo. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!, mierda de gato, será cabrón. ¡Qué pasa! ¡Qué pasa!, Ramón – se oyó al otro lado de la casa – Nada, cariño, que el cabronazo del gato me ha arañado. La mujer llegó corriendo al lavabo -  No me extraña y, descubriéndose el cuello, dijo - a mí hoy, sin ir más lejos, me ha hecho un chupetón.